martes, 9 de marzo de 2010

ELIZABETH MOON: LA VELOCIDAD DE LA OSCURIDAD


¿Cuál es la velocidad de la oscuridad? ¿Existe realmente tal concepto? ¿Es mayor o menor que la velocidad de la luz? Para Lou Arrendale, el protagonista de La velocidad de la oscuridad, no sólo debe existir, sino que debe ser casi inconmensurable, pues según él, cuando la luz llega a un sitio, la oscuridad ya ha llegado antes. En efecto, Lou Arrendale es un personaje fascinante, como es fácil adivinar. Arrendale es un adulto autista, contratado por una empresa para encontrar pautas mediante el análisis de datos. Es un individuo que en cierta manera es un triunfador: posee su propio apartamento, su automóvil, un modesto círculo de amigos, un semiromance platónico, un pasatiempo como la esgrima…

Pero Lou Arrendale “sabe” que no es normal. Y no lo es porque no comprende el mundo, ni las relaciones entre los seres humanos. No es capaz de captar los matices de una expresión verbal o corporal, de una broma o de un acto vandálico. Y es amargamente consciente de ello. Como lo es la autora del libro, la escritora estadounidense Elizabeth Moon, madre en la vida real de un hijo autista. Dueña de una voz propia, armada con su propio conocimiento, Moon navega por las procelosas aguas de la ética médica, científica y empresarial, pero sobre todo de la capacidad de autoaceptación, de la comprensión de los propios límites, de los sueños cumplidos y no cumplidos, de la necesidad de todo ser humano de afirmarse como individuo.

La velocidad de la oscuridad es una epopeya hacia el interior de un personaje fascinante, con el que se identificarían muchos más de los que pudieran pensarlo. ¿O no es cierto que cada uno de nosotros ha dejado de comprender alguna vez una mirada, un gesto, una palabra? ¿No es verdad que a menudo luchamos por comprender normas y reglas absurdas y desquiciantes? Otra gran lección de esta estupenda novela: en cierta forma, todos somos autistas. Por supuesto, el libro también habla de redención, de esfuerzo, de lucha y metas alcanzadas, aun a costa de dejar en el camino jirones de nuestra propia alma, de nuestra propia personalidad.

"En mi mente, los fotones persiguen a la oscuridad pero nunca la alcanzan", piensa Lou en un momento de la novela. Moon y Arrendale no alcanzarán nunca la velocidad de la oscuridad, pero sin duda han logrado algo mucho mejor: un rincón inexpugnable en nuestra memoria..

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