martes, 24 de mayo de 2011

ISAAC ASIMOV: YO, ROBOT



No suele ser frecuente que uno de los libros más importantes, influyentes y conocidos de un escritor sea un conjunto de relatos. Desde el siglo XIX la novela se ha ido imponiendo como el formato estándar de las grandes obras de la literatura, y el relato (que de todas formas continúa siendo un formato de poderosa salud en el mundo anglosajón) ha ido perdiendo protagonismo lentamente.


Pero eso es lo que ocurre con Yo, robot, un volumen publicado por primera vez en 1950 que recogía diversos cuentos escritos por Isaac Asimov, uno de los padres de la ciencia-ficción moderna. Asimov, científico de profesión y autor de novelas como Bóvedas de acero, Robots e imperio o El sol desnudo, en las que los robots siguen siendo piezas claves de su tablero narrativo, logró con su colección de relatos establecer unos sólidos parámetros en los cuales enmarcar las relaciones entre robots y seres humanos: las tres leyes de la robótica:


1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entran en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.


Con estos mimbres, más el protagonismo de la robopsicóloga Susan Calvin, uno de los grandes personajes de Asimov, el “doctor” (como era conocido en aquellos años) aborda no sólo esas relaciones, siempre tirantes, entre humanos y seres de metal, sino también la personalidad de los seres mecánicos, su psicología y, porqué no, su alma.


Yo, robot incluye narraciones entrañables (Robbie), apuntes sobre la conciencia y la inteligencia mecánicas (Razón), o hasta la disyuntiva última: la imposible diferenciación entre robot y ser humano (La prueba). En todos ellos, Asimov muestra una peculiar empatía con sus creaciones de metal, un cariño y una comprensión que a veces, incluso de torna en admiración. Los robots no defraudan a nadie, nunca traicionan, son siempre fieles, leales, lógicos… seres de una pieza.

viernes, 6 de mayo de 2011

TRUMAN CAPOTE: DESAYUNO EN TIFFANY'S




“No se enamore nunca de una criatura salvaje, Mr. Bell. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes como para huir al bosque”. Se trata de un pequeño fragmento de Desayuno en Tiffany’s, la principal obra (junto con A sangre fría) del escritor estadounidense Truman Capote, en realidad una novela corta que es más conocida por su versión cinematográfica, la célebre Desayuno con diamantes protagonizada por Audrey Hepburn y George Peppard.


Y ese ser salvaje, ese halcón con el ala rota que no duda en huir al bosque cuando se siente fuerte, es Holly Golightly, un proyecto de actriz, una mujer sin edad cierta, todo glamour y frivolidad calculada, un sol multicolor alrededor del cual giran planetas, satélites y asteroides, sobre todo masculinos, buscando su calor y su luz embriagadora.


Holly vive en un buen barrio de Nueva York, junto a su gato sin nombre, rodeada de agentes cinematográficos, diplomáticos, aspirantes a estrellas de Hollywood y cazafortunas que suelen asistir a sus fiestas. Promiscua y descarada, Holly se autodeclara patrimonio del mundo de la farándula y musa espiritual de la ciudad snob por excelencia, viviendo en el más puro presente, con un futuro incierto y un pasado cerrado a cal y canto en el fondo de un sórdido y oscuro armario ropero. Misteriosa, apasionada y superficial tan sólo en apariencia, Holly entabla amistad con un nuevo vecino: un aspirante a escritor llamado Fred que actúa como estupefacto escriba del mundo aparentemente frívolo y pueril en el que se mueve su compañera de edificio.


Buscadora de un Eldorado que tan sólo existe en su mente, Holly devora los días mientras teje fantasías superpuestas sobre sus posibilidades matrimoniales con embajadores o multimillonarios. No quiere poseer ni ser poseída; es un espíritu libre que se bebe la vida a grandes tragos sin pensar que corre el riesgo de vivir en una permanente resaca. Contradicción, nostalgia oculta, amor platónico e imposible… Un claroscuro de sentimientos expuestos como por casualidad, con la prosa fluida y ágil de Capote, capaz de describir un corazón herido y doliente con apenas un par de expresiones acertadas.


En el trasfondo de esta novela corta, sin embargo, late una sorda lucha entre fantasía y realidad, entre el sueño y la vigilia cotidiana, entre el fasto y las lentejuelas, por un lado, y la necesidad de huida permanente hacia un lugar en donde jamás se ponga el sol. Como muestra final, otro fragmento en el que Holly habla de ella, haciéndolo aparentemente sobre su gato: “Los dos somos independientes. Nunca nos habíamos prometido nada. Nunca. Joder. Éramos el uno para el otro. Ese gato era mío… Tengo mucho miedo… Porque eso podría seguir eternamente. Eso de no saber que una cosa es tuya hasta que la pierdes.”