lunes, 23 de noviembre de 2009

JOHN CROWLEY: PEQUEÑO, GRANDE


He de advertir de nuevo que nos hallamos ante una de mis principales referencias literarias de los últimos tiempos. Así que lo que pueda escribir o valorar sobre John Crowley es cualquier cosa menos objetivo. Mi afición (¿amor?, ¿rendición?, ¿respeto? No, mucho más que eso) por sus novelas se remite a la soberbia AEgypto, una portentosa odisea en la que el autor juguetea con la construcción de una metahistoria que a través de los siglos surge en la mente de algunos personajes gracias a un concepto tan original y difícil de practicar como el arte de construir edificios y palacios hechos de memoria. El mismo concepto subyace en Pequeño, Grande, un tour de force narrativo en el que Crowley nos convence de que cualquier cosa que pueda haber pasado puede efectivamente haberlo hecho… o no. Ah, ¿Qué no queda claro? Pues nada, lo explico mejor a ver si se me entiende.

Fumo Barnable, un joven de ciudad (Nueva York, supongo), se casa con Alice, una mujer perteneciente a una extraña familia que vive en un remoto rincón del campo llamado Bosquedelinde, en realidad una compleja mansión que nunca es lo que realmente parece y en la que las puertas y pasillos no conducen necesariamente al lugar que uno piensa. A partir de su boda, el recién llegado Fumo descubre que su familia adoptiva tiene unos extraños lazos con un siempre entrevisto “más allá”, un mundo intuido y velado por capas de recuerdos que no son más que sueños e intuiciones que se transmiten de generación en generación en el seno de la familia Bebeagua.

La saga familiar (en la que destacan poderosamente Nora Nube, la echadora de cartas de la familia, Sophie, la hermana de Alice, o Auberón, el único hijo varón de Fumo) transcurre a contracorriente de las décadas, adormecida en un enclave abrigado del flujo del tiempo, en el que las historias se entrecruzan y toman senderos insospechados, en el que los recuerdos no siempre viajan del pasado al presente, en el que la intervención de seres de “otras esferas” modifica expectativas y teje hilos nuevos en el largo telar en el que Bosquedelinde está bordado. En el fondo subyace el Cuento. ¿Qué Cuento? El que la familia Bebeagua está seguro de habitar, el Cuento (así, con mayúsculas) soñado y prometido hace décadas, del que son protagonistas sin casi saberlo, pero en cuya conclusión están destinados a tener un papel determinante.

Un papel que finalmente deviene cierto, produciendo el final del Cuento cuando una antigua pariente escindida de la rama principal de la familia descubre un terrible secreto, el despertar de un emperador muerto desde hace más de ochocientos años, y una cruel guerra en el que está en juego la existencia de ese otro universo que la familia Bebeagua intuye sin visitar apenas pero que sabe cierto y real más allá de toda posibilidad de comprobación.

Una ventana a la imaginación, a las historias infantiles, a los cuentos de hadas, al misterio, a todos los “otros lados” habidos y por haber en la historia de la literatura. Un portento de narrativa a mitad de camino entre el género fantástico y el costumbrismo lleno de poesía y de imágenes incomparables. Un gran libro. Una gran novela. Grande John Crowley.

2 comentarios:

  1. Una pregunta insidiosa, ¿con quién te quedarías, con John Crowley o con Gene Wolfe?

    Saludos.

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  2. Lamento contestar tan tarde, pero... mmmmmmm... Bueno, pareciéndome Crowley genial, tengo una especial debilidad por Gene Wolfe desde que leí uno de los mejores relatos que he leído en mi vida: "La muerte del doctor Isla".

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