No se sabe la de millones de años que hacía que una saga de novelas despertaba el interés, la pasión y casi la histeria que ha cosechado la trilogía Millennium, del desaparecido Stieg Larsson. Ya hemos comentado en este blog las dos primeras novelas de la serie, la correcta e interesante Los hombres que no amaban a las mujeres, y la banal e inverosímil La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina.
¿Y la tercera entrega? ¿Qué hay de La reina en el palacio de las corrientes de aire? ¿Hay para tanto? ¿Supera las dos anteriores o está por debajo? Bien, pues después de haberme zampado religiosamente sus chiquicientas páginas, puedo decir que la tercera novela de la saga supera con creces la segunda entrega y se halla como mínimo al mismo nivel que la primera.
No, no es que La reina en el palacio de las corrientes de aire sea una supernovela, no. En mi opinión Larsson es (era) un periodista competente (lo mejor de este libro a mi entender es lo que ocurre en las redacciones de los medios de comunicación), que escribe bien, que sabe trazar complejas tramas y subtramas con desparpajo y agilidad, que supo crear un par de personajes verdaderamente bien conseguidos… y ya está. No revolucionará el género negro, no aporta nada nuevo a la literatura contemporánea (a excepción del curioso marco que supone una Suecia poco retratada en la literatura que nos llega por estos lares), ni descubre nada que muchos otros autores ya hayan explorado mucho antes.
Eso sí, hay que reconocer que sus novelas te las lees de un tirón, que causan cierta larssondependencia, y que son ingeniosas, entretenidas y muy amenas. Poco más. Pero tampoco es algo que haya que minusvalorar en sí mismo. Seguro que Larsson ha hecho leer a muchas personas que no tenían esta costumbre, y si una sola de ellas coge el hábito, bien merecen la pena todos los ríos de tinta que su trilogía ha hecho correr en estos años.
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