El punto de vista del narrador es siempre una de las claves del éxito de una novela. Hay narradores omniscientes, en tercera persona, impersonales… Los hay también protagonistas, o antagonistas, o deuteragonistas. Múltiples y de toda clase y condición. Y no importa cuál sea el escogido para conducirnos a través de una historia, todo dependerá de la habilidad del escritor, de su cantera de recursos, de los trucos empleados y su estado de gracia para usar uno u otro y conseguir su propósito: atraparnos, enredarnos en esa historia, en esa trama. El fin justifica los medios. El resultado final de una obra se explica también por los recursos empleados en su creación.
¿Y a qué viene toda esta digresión? Pues a que en La ladrona de libros, el escritor australiano Markus Zusak utiliza como voz narradora una inesperada invitada, a priori sumamente difícil de manejar: la Muerte. Una Muerte muy humana, por cierto, capaz de sentir piedad o desdicha ante las almas que debe acarrear hasta el Hades, o bien de regocijarse ante el óbito de malvados y miserables. Y es esa misma Muerte, extrañamente compasiva y dotada de sentimientos, de afinidades y rencores, quien nos introduce en la hermosa historia de Liesel Memimger, una niña alemana acogida por una familia pobre poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, y tras la traumática muerte de su hermano pequeño y la huida de su madre biológica. En su nueva familia, compuesta de una vocinglera y malhumorada mujer y su soñador y tierno marido, Liesel se abrirá a la vida, a la amistad, al amor y, por encima de todo, a las palabras.
Porque son las palabras el eje central de La ladrona de libros. En efecto, Liesel emprende una prometedora carrera como usurpadora de libros ajenos, mediante los cuales escapar de la tristeza, la pobreza y finalmente de la guerra que termina llevándose su nueva vida por delante. Y mediante esas palabras, Liesel resiste, se anima y anima a los demás, despierta a la vida, lucha contra otras palabras más inicuas, cargadas de odio y violencia.
"En cierto modo, es una novela sobre el extraordinario poder de las palabras", afirmó hace un par de años Zusak sobre su obra. Un poder incontestable, que se hace visible en un imaginario cuadrilátero en el que se enfrentan las palabras que dieron lugar al régimen político y la ideología más odiosa de la historia de la Humanidad, contra las palabras de amor y camaradería que logran contrarrestar el ponzoñoso veneno de la ideología nazi. Palabras como las que usan algunos los pequeños héroes que protagonizan la novela, encabezados por la propia Liesel, la niña que vive en una pequeña localidad cercana a Munich con sus padres de acogida, Hans y Rosa, y más tarde también con un judío, Max, refugiado en el sótano de la casa familiar, capaz de blanquear las páginas del libro de Hitler Mein Kampf para poder escribir de nuevo sobre ellas. Pequeños héroes como Rudy Steiner, su mejor amigo, un chico jovial e inconformista, inveterado compañero de andaduras.
Amor, amistad, tristeza, camaradería, lealtad, tragedia, compromiso… Emociones traducidas en palabras, las mismas que logran que Liesel y los habitantes de su pequeño mundo sin casi esperanzas logren sobrevivir en un día a día marcado por el odio y la intolerancia. Esperanza frente al horror. Amistad ante el totalitarismo. Palabras frente a las bombas. Y un último, redondo y determinante mensaje: el ser humano es (a veces también) extraordinario.
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