No he podido resistirme a dejar un comentario en relación a las dos novelas publicadas hasta ahora por Stieg Larsson. Mi resumen sería: ¡no puedo entender su éxito! O tal vez: ¿Envidia cochina? He de reconocer que la primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres, me resultó entretenida, aunque hubiera prescindido de más de una página, de más de un minucioso detalle en el que se relataba lo que comían, fumaban, etc., y bla, bla, bla sus protagonistas, pero me distrajo y me mantuvo en la tensión de la trama. Pero a partir de esta primera novela no entiendo este fenómeno, y ya sé que voy a contracorriente.
Me explico. Es cierto que son dos obras muy entretenidas para el resto del mundo con los que he hablado y la han leído, claro; hay suspense y una de ellas me ha nombrado el morbo. Bueno. Yo podría desmenuzar los anzuelos que se van soltando en ambas novelas para mantenerte atrapado y que son tan hábiles como para que sigas leyendo, pero en la segunda novela (La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina) me hacen olvidar la trama para reparar en la estrategia del escritor. ¡Mal, mal, me he salido de la trama! ¿Aburrimiento? Pues en la segunda novela, sí.
Puedo asegurar que el segundo libro lo acabé (me salté un montón de párrafos y páginas) para ver qué historia o de qué trama trataba, cómo lo resolvía, etc., resultando una decepción, un argumento simplista, increíble, en el que se cargaba a su mejor personaje: Lisbeth Salander, que es su gran hallazgo, su creación más brillante, dotada de esa magia que envuelve la buena literatura, un personaje que echa al traste (para mí) en la segunda novela, y todo para pasar a convertirla en una mujer con superpoderes, sin encanto, prodigiosa, inverosímil, a la que se da un poco de humanidad al final llevándola al borde de la muerte y finalizando en brazos del otro protagonista, el periodista Mikael Blomkvist, su abortado amor de la primera entrega de la trilogía.
Me asalta también la duda de si Ikea ha subvencionado la publicación de esta segunda novela, pues es alucinante la descripción de sus modelos de muebles. Lo mismo se puede decir de otros productos que me niego a relacionar. ¿Se trata de publicidad subliminal o es otra novedosa forma de relatar? Son dudas y preguntas que me hago, pues ambas novelas pecan de un exceso de detalle carente de sentido y que no aportan absolutamente nada a la trama, a no ser tedio y pesadez. Ya digo bastante con que de la segunda novela me he saltado páginas pues me parecía infumable y sólo quería saber cómo resolvía el final, que luego, para mí y dicho desde el respeto, me ha resultado un fiasco, forzado y pueril. En fin, no entiendo este éxito, a no ser por la intriga que va sembrando y porque la gente quiere libros gordos que la mantengan en tensión muchos días. Concluyendo, salvaría de la quema la primera novela, aunque tal vez quitaría varias páginas. De la segunda, me ha parecido que ha intentado emular la primera, forzar una continuación, idear una nueva y original trama, y no lo consigue: me aburre de solemnidad. Destaco, y eso sí lo consigue, las escenas de violencia, son muy logradas, pero peca de exceso y en este segundo libro abundan los golpes, y al final parece que la novela transcurra entre porrazos, y a mí personalmente el boxeo no me gusta, así que me sobra violencia.
En fin, ahí va, todo dicho sin ánimo de ofender a los defensores de Larsson, que igual lo que me pasa es que soy una envidiosa de tomo y lomo.
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